"Abrazos pendientes y duelos inconclusos: así se tramitan las pérdidas en la pandemia "

Los duelos siguen en cuarentena, y ocurren como pueden. Quedan abrazos pendientes y sentimientos inconclusos. La "nueva normalidad” exige reacomodarnos en todo sentido, incluso en cómo despedimos a nuestros muertos. En este texto, les contamos cómo quedará para la historia el tiempo en el que los duelos quedaron suspendidos.

Fecha: 2020-09-01

Por: Mariana White Londoño

Ilustración: Natalia Ospina Meléndez

"Abrazos pendientes y duelos inconclusos: así se tramitan las pérdidas en la pandemia "

Los duelos siguen en cuarentena, y ocurren como pueden. Quedan abrazos pendientes y sentimientos inconclusos. La "nueva normalidad” exige reacomodarnos en todo sentido, incluso en cómo despedimos a nuestros muertos. En este texto, les contamos cómo quedará para la historia el tiempo en el que los duelos quedaron suspendidos.

Fecha: 2020-09-01

Por: MARIANA WHITE LONDOÑO

Ilustración: Natalia Ospina Meléndez

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Imagina que tu padre, que vive lejos, se enferma gravemente y hay sospecha de que esté contagiado de coronavirus. Tu hermana lo lleva al hospital, luego vuelve a casa por ropa e implementos de aseo, pero cuando llega de nuevo al hospital, le reciben las cosas en la puerta y no la dejan entrar más. Tu papá se muere y no lo vuelve a ver. El procedimiento para su cremación o sepultura debe hacerse lo más pronto posible como lo estipula el decreto nacional de manejo de cadáveres por Sars-Cov-2.

Tú y tu familia se siente impotencia porque no tienen aquello que los psicólogos llaman “prueba de realidad”, fundamental en el duelo para aceptar que se ha ido. Hacen el papeleo en medio del shock . Preparan un encuentro virtual en Zoom con allegados. En ese momento por fin puedes llorar, soltar, pero te hace falta algo. Cuando se acaba la transmisión, las redes sociales, las noticias y todos los demás estímulos te dicen que hay que seguir adelante, aunque no sepas muy bien cómo.

Eso le pasó al inicio de la cuarentena a Miryam Quintana, una profesora en Buenaventura con su padre en Cali. Por la misma época, Luz Adriana Archila, en Manizales, tuvo un poco más de suerte: su papá en Bogotá fue llevado al hospital por su otro hijo, Mauricio. A este sí lo dejaron estar hasta el final y pudo tomarle una foto al ya difunto como prueba de realidad para la familia, sin embargo, la imposibilidad de viajar y estar junto a ellos también hizo del duelo de Luz Adriana algo inconcluso.

Al momento de afrontar las pérdidas, la pandemia plantea varios retos; nos atrevemos a hablar de dos principales: por un lado, no podemos despedirnos de los que se van para siempre, por otro lado, no podemos reunirnos en ese ritual casi unánime de las culturas colombianas: la velación.

Desde la Guajira hasta el Amazonas, y en toda América Latina, la velación es infaltable a la hora de despedir creyentes y no creyentes. El pueblo Wayúu, por ejemplo, lo hace en dos momentos: una vez en el entierro y de nuevo entre 12 y 20 años después en la exhumación del cadáver. Por eso es tan doloroso para ellos la cremación de algunos cuerpos sospechosos de ser portadores del virus, siguiendo con ‘todos los protocolos de bioseguridad’. “Es más doloroso que la misma muerte”, dice la lideresa Wayúu Ismena Iguarán, del departamento de Atlántico.

La ruta a la que estábamos acostumbrados antes de la pandemia consistía, sin dar demasiados detalles, en que la funeraria recogía el cuerpo de la persona declarada fallecida, lo preparaba (tanatopraxia), lo vestía y maquillaba (tanatoestética) para la despedida póstuma, y lo recogía otra vez para ser llevado al horno crematorio o al entierro.

“Si es ‘Covid’ no se toca, se envuelve en plástico y todo es inmediato, sin rituales”, explica Diego Andrés Bernal, profesor de Historia de la Universidad Pontificia Bolivariana y secretario de la Red Iberoamericana de Cementerios Patrimoniales, sobre la ruta hoy. Si no hay sospecha, está permitida la velación por turnos y hasta un máximo de personas por sala, que varía en cada municipio, generalmente de cinco a 10. Luego, en la inhumación o cremación, asisten solo un par de personas.

El Cementerio Campos de Paz, uno de los principales en el Área Metropolitana de Medellín, ha optado por entrar aquellos cuerpos portadores o con sospecha por la puerta trasera. Su gerente Carlos Darío Ospina dice identificar un fenómeno: antes de la pandemia, los llamados ‘servicios directos’ venían en aumento: “se recogía el cuerpo, se cremaba y las familias estaban obviando mucho el ritual. Se hacía una misa con cenizas normalmente”.

Según Ospina, entre el 65 y 70% de los funerales del cementerio se realizaban así el año pasado, por la pandemia el índice de cremación ha subido a 80% frente a las inhumaciones. Ante el reclamo de los familiares por los rituales tradicionales, Ospina se cuestiona: “Antes querían salir de manera rápida, decían ‘qué pereza hacer velación’; cuando llegó todo esto, oh sorpresa…”, ahora sí lo desean.

El papá de Luz Adriana murió el miércoles 25 de marzo por una enfermedad respiratoria y la funeraria lo recogió al día siguiente para cremarlo, sin testigos −y a falta de otro tipo de prueba de realidad−, pues los resultados del exámen de Sars-Cov-2 salían hasta el sábado. La funeraria llamaba a Mauricio cada tanto para decirle que le entregaría las cenizas al final de la cuarentena. Lo hizo a los tres meses, en junio, y hoy ellas reposan en la casa de su hijo en un altar construido con su foto y la de su esposa, fallecida hace 15 años, mientras es posible despedirlo “como se merece”.

RETRATOS DEL DUELO EN PANDEMIA

Idelber Díaz, conductor de 36 años de camperos o jeeps de transporte público informal −gualas− en Llano Verde, Cali, entraría en la categoría ‘No Covid’. Murió de manera violenta el pasado 13 de agosto, a escasos metros y a la misma hora de dónde se llevaba el velorio colectivo de los cinco menores masacrados dos días antes. Idelber murió a causa de una granada que estalló en aquel barrio creado hace siete años para familias en condición de desplazamientos o reinserción.

Fue velado y todo el barrio acompañó el féretro hasta el cementerio. Se realizó la tradicional novena en su casa, que incluye la solidaridad de los vecinos para conseguir sillas, carpas y comida para compartir. Hubo 40 personas en una noche, aunque con distanciamiento y tapabocas, aclara Robinson Salinas, uno de sus amigos.

Allí los rituales no han cambiado demasiado, como tampoco en algunos sectores populares de Medellín, donde el 25 de agosto se realizó en el barrio Aranjuez una novena por un hombre asesinado que todos conocían como Juan, identificado por las autoridades como ‘Pablo Nicolás’ e investigado según el portal Análisis Urbano por supuestos vínculos con la estructura criminal la Palomera. Esta muerte reunió a más de 30 personas que, por la lluvia de esa noche, tuvieron que entrar a la casa del difunto y estrecharse, según relata una vecina del sector.

Pero la ritualización es solo una de las primeras partes del duelo. Mauricio Ureña, dragoneante de la Cárcel de Villavicencio, se infectó de Covid-19 y, aunque no se enfermó gravemente, sí se lo transmitió a su esposa Andrea Sotelo, quien murió el primero de mayo dejando a una niña pequeña. “Es difícil de afrontar, estoy en una etapa de negación, de no poder creer lo que pasó”, dice con mucha dificultad Mauricio.

LAS NUEVAS FASES DEL DUELO QUE TRAE LA CRISIS SANITARIA

Para Felipe Navarro, investigador y psicólogo social, la pandemia trae tres fenómenos que influyen en la manera de hacer el duelo y en general de concebir la muerte: Primero, lo imprevisto, nadie estaba preparado para afrontar la situación; segundo, las reacciones que produce un evento no esperado, “en términos de salud mental sabemos que los síntomas que más se han exacerbado son los de la ansiedad y la depresión”; y tercero, el bombardeo de información que él llama “infodermia” y nos pone de frente la probabilidad inminente de la muerte.

Por su parte, Ana Carolina Calvo, psicóloga de Duelo Contigo, una plataforma de acompañamiento psicológico gratuito durante las restricciones preventivas en pandemia, cuenta que han identificado tres momentos claves:

“Un momento de shock y negación, donde se experimenta incredulidad e irrealidad, que puede verse exacerbado por la rapidez con la que se experimenta el fallecimiento y sus rituales posteriores; otro momento de angustia aguda, ira, aislamiento, desesperación, entrega al dolor y conservación, aquí el doliente comienza a tomar conciencia, la sintomatología física y mental aumenta, se comprende que el ser querido ha partido para siempre; y el momento de reorganización y recuperación donde se asume el verdadero significado de la pérdida, las emociones son menos intensas y, aunque no se vuelve a ser el mismo, puede apreciarse la vida de manera diferente y adquirir otros sentidos, incluso más profundos”.

Esos momentos no son exclusivos ni lineales, se pueden vivir en diferente orden o al mismo tiempo, es subjetivo y puede variar, como explica Navarro, dependiendo de dos factores: la relación que existe con la persona que muere y la forma en que muere: “No es lo mismo una muerte natural, accidental, violenta o un suicidio”, apunta.

Don Jorge, el papá de Luz Adriana, murió a causa de una pulmonía y no por coronavirus como sospechaban en el hospital. Cinco meses después, ella siente que continúa en la etapa de negación. Acostumbrada a hablar con él todos los días por teléfono, a veces intenta hacerlo inconscientemente y recuerda lo sucedido.

Catalina Mahecha, doula de fin de vida o mujer que acompaña espiritualmente a las familias en sus duelos, lo explica así: “No solo debo acostumbrarme a su ausencia; si soy muy cercana es asumir que la partida reconfigura totalmente el sistema en que me muevo. Si mi papá se muere es probable que yo tenga que asumir responsabilidades a las que no estaba acostumbrada. Otro ejemplo es cuando se muere un abuelo o abuela, hay familias que se deshacen porque era la persona que las mantenía unidas”.

Al papá de Sara Vanegas*, un médico le diagnosticó gastritis hace dos semanas y ella, quien vive con su esposo, fue a visitarlo a su casa. Le cocinó un almuerzo que no le cayera pesado y, ante el dolor persistente, le preparaba una aromática cuando escuchó un ruido, como si su papá se estuviera ahogando. Llamó a los vecinos, que ayudaron a bajarlo tres pisos, del apartamento hasta una ambulancia, pero no reaccionó, había muerto de un infarto. Lo subieron de nuevo al apartamento.

Sara llamó a su mamá y a sus hermanos, estuvieron junto a él toda la tarde, mientras llegaba el médico oficial de la línea de emergencia con el acta de defunción y conseguían servicios funerarios, que nunca habían contratado, pues su papá de 66 años estaba sano.

Aunque tiene una prueba irrefutable de que su padre murió, piensa que llegará en cualquier momento por la puerta diciendo “no pasó nada, aquí estoy”. Además siente rabia con el médico y la EPS que lo enviaron a su casa porque ‘no era grave’, una profunda sensación de soledad desde que llevó las cenizas al osario de su familia y un intenso vacío por los abrazos que quedaron pendientes todo este tiempo de restricciones.

Sara organizó una misa transmitida por Facebook desde su propio computador. Se sintió extraña, “como grabando una película” para 180 personas conectadas. Al menos hubo una escena memorable: un primo consiguió mariposas y crisálidas que fueron liberadas en representación de su padre.

DEL DUELO PRESENCIAL AL VIRTUAL O SEMIPRESENCIAL

A un año de la muerte de la abuela de Camila Gómez**, su familia organizó una misa conmemorativa a través de Youtube, sin embargo, la transmisión le revivió sentimientos del pasado: “Hay pocas cosas en la vida que me han hecho sentir tan insultada. El Estado debería proveer una plataforma que dignifique la muerte, cómo así que yo veo el número de suscriptores abajo de lo que está hablando el padre con una casilla llena de emojis en un chat y luego sale un aviso de promoción de cursos de inglés”.

Camila recuerda con frustración que su familia “con la costumbre de no mostrar vulnerabilidad y no llorar”, no procuró espacios para expresar el dolor por quien fue la persona que más quería en el mundo. Afirma que eso le generó ataques de pánico que superó con ayuda psicológica y de sus amigas.

La psicóloga de duelo María Ladrón de Guevara resalta ese aspecto psico-social y lo trae al momento actual: “Vivimos en una sociedad en la que estos temas emocionales no son prioritarios, entonces se nos exige ir a toda, creer que podemos transformar los sentimientos simplemente diciendo ‘estoy feliz’”, y agrega que esto se ha exacerbado con la pandemia, visibilizando de una manera más cruda la falta de recursos que tenemos a nivel emocional para afrontar las crisis.

En medio de la pandemia, en el mundo sí hay quienes están pensando cómo hacer rituales virtuales más dignificantes. En Estados Unidos, por ejemplo, existe un videojuego de simulación social llamado Animal Crossing que consiste en crear estructuras para habitar, cuidar de ellas y hacer amigos. Ha sido esencial para mantener el contacto humano de varios usuarios, quienes están construyendo lápidas y jardines cementeriales, o recreando la casa de sus seres queridos fallecidos, entre otras creatividades.

Así mismo hay desarrolladores creando softwares parecidos, o iniciativas colectivas como “Voces para la Memoria”, del portal periodístico GK en Ecuador, que consiste en armar un funeral digital y honrar la identidad de quienes han muerto en la pandemia, no solo por coronavirus, sino por cualquier otra causa, con fotografías y audios recordatorios.

Catalina Mahecha se reúne constantemente con otras doulas como ella en América Latina para crear alternativas. Han acompañado procesos donde construyen espacios digitales, íntimos y con toda la creatividad de las familias, a través de herramientas como padlet.com. Permite subir fotos, videos, audios, dejar mensajes, etc., que luego sirven de insumo para reuniones virtuales en las que todos estén en la misma página.

En estas reuniones algunos se permiten expresiones que presencial o individualmente no harían. “Lo corporal es muy importante porque acumula cosas. Una vez recreé el momento del funeral, la entrada y salida del féretro, ‘imagínense que están cargando a su persona y entrando a la iglesia’, ese momento que no pudieron tener por el distanciamiento… Hay más intimidad, no tienes que poner la cámara, nadie te está grabando”, dice Mahecha.

Coincide con las psicólogas Ladrón de Guevara y Calvo en que hay múltiples maneras de darle espacio al duelo. Hacer un altar en casa, escribirle, seguir ordenando su cuarto, cocinar lo que le gustaba para recordarlo, entre otras, se siguen presentando, lo que no son los encuentros que con tacto ayudaban a superar la muerte de a poco, pero la virtualidad ayuda.

En algunas reuniones ponen la música preferida del familiar que murió, cantan, algunos se animan y bailan o leen un escrito. Eso les permite sentir que no son los únicos a quienes les duele la partida.

Todos los duelos son entonces diferentes, pero tienen algo en común, la necesidad de encontrar símbolos personales para sentir y dejar salir no solo la tristeza, también otras emociones como alivio, ira, miedo y alegría que pueden presentarse. Hay que disponerse para ello y asumir una actitud activa.

La semana de julio 13 al 19 presentó un pico de muertes confirmadas por coronavirus con 1.809 casos y la siguiente comenzó a bajar con 1.546, pero continúan cada día dejando más abrazos pendientes y duelos inconclusos; así como las demás muertes imprevistas como las masacres, que nos ponen de frente ante la −ya acostumbrada− probabilidad inminente de la muerte violenta en Colombia.