Colombia no quiere hablar de las violencias sexuales: ¡El silencio está matando la infancia de las niñas!

¿Cómo podemos contribuir a la erradicación de las violencias contra las mujeres en Colombia? ¿Cómo rompemos el silencio cómplice como sociedad? Este 25 de noviembre, Mutante lee esta columna en voz alta ante el Senado de la República para lanzar un grito urgente ¡La violencia contra las niñas, las mujeres y las mujeres trans tiene que parar!

Fecha: 2022-11-25

Por: Elizabeth Otálvaro

Colombia no quiere hablar de las violencias sexuales: ¡El silencio está matando la infancia de las niñas!

¿Cómo podemos contribuir a la erradicación de las violencias contra las mujeres en Colombia? ¿Cómo rompemos el silencio cómplice como sociedad? Este 25 de noviembre, Mutante lee esta columna en voz alta ante el Senado de la República para lanzar un grito urgente ¡La violencia contra las niñas, las mujeres y las mujeres trans tiene que parar!

Fecha: 2022-11-25

Por: ELIZABETH OTÁLVARO

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Hace 4 años, el 8 de octubre de 2018 y con motivo del día internacional de la niña, nació Mutante, el medio de comunicación del que soy cofundadora y editora y el lugar desde donde hoy me paro para compartirles una serie de reflexiones, producto de largas discusiones internas persiguiendo una transformación que nos liberara de las y los periodistas que fuimos, antes de que el feminismo tocara a nuestra puerta.

El primer posteo en nuestras redes sociales, se trataba de una imagen que a modo de declaración colectiva decía que alzábamos la mano contra la violencia hacia las niñas en Colombia. Fue tal la aceptación y el impacto de esta acción digital, promovida por un pequeño y desconocido equipo de periodistas y creativas, que alguna alcaldía en Norte de Santander, espontáneamente, le pidió a sus funcionarios pintarse las manos de verde (igual que nuestro logo) y subir una foto como evidencia de su compromiso acompañada del texto: “yo también alzo la mano por las niñas”.

Hasta ahí, era apenas mezquino e improbable que alguien decidiera no unirse o siquiera sensibilizarse con la indignación colectiva que proponíamos. Una reacción a datos ofrecidos a nuestra audiencia, como que en Colombia cada hora que pasa, dos niñas sufren abuso sexual.

Pero fue solo hasta que hablé de mi propio caso de violencia sexual que entendí que este no es un tema apreciado en las mesas del comedor en nuestro país y que lidiar con la vergüenza y el rechazo familiar puede ser a veces más pesado que el propio dolor del abuso.

No hemos parado de comprobarlo durante estos 4 años: en Colombia no queremos hablar de violencia sexual. El refrán que reza “los trapitos sucios se lavan en casa” no solo sigue vigente, sino que ha sido el terreno fértil para que al menos el 67% de las violaciones hacia las niñas sigan ocurriendo al interior de los hogares, según las cifras que aporta para la comprensión del problema la Fundación Plan.

El panorama sigue siendo devastador.

Según el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, de enero a agosto de 2022, se atendieron 13.879 casos de presunto delito sexual en niños, niñas y adolescentes en Colombia, siendo 12.151 de mujeres, es decir, el 88 % de lo registrado, frente a 1.728 casos de hombres, que equivalen al 12 %.

Ahora, otro dato aterrador es que las niñas siguen pariendo y esto nos parece normal. El último registro del DANE, en el 2019, da cuenta de que al menos 4.780 niñas entre los 10 y 14 años de edad fueron madres, franja en la que cualquier acto sexual es un delito.

¿Y las mujeres trans? La cosa no es nada mejor: 129 personas trans fueron asesinadas entre enero de 2019 y el 13 de septiembre de 2022. Y como en numerosas ocasiones sus identidades son erróneamente registradas por las autoridades judiciales, no se puede saber cuántas de las víctimas eran mujeres trans. No se conoce lo que no se nombra.

Por lo pronto, en Mutante no hemos parado de hacer periodismo sobre las violencias que sufren las niñas, mujeres y mujeres trans en Colombia. Y no lo haremos, aunque  parezca insuficiente para detener esta tragedia.

Alineadas con una propuesta como la de la seguridad humana, que permite alejarnos de las visiones tradicionales de la securitización de la vida para entender la integralidad de la dignidad humana, en Mutante hemos abordado: las maternidades forzadas, el aborto, el acoso laboral, la violencia política, la violencia contra las trabajadoras domésticas, la salud mental, la soberanía alimentaria, los ecofeminismos y feminismos comunitarios, el acceso al agua, la migración, la educación sexual, entre otros temas.

¿Qué hemos aprendido desde los ejercicios de conversación digital que hemos promovido, y que pueda contribuir a la erradicación de las violencias contra las mujeres en ámbitos públicos y privados? Estas son, entonces, unas palabras colectivas:

  1. Que hablar hasta el cansancio sobre las violencias que hemos llevado a cuestas las mujeres y sus consecuencias es menester para el periodismo colombiano y para lo que sea que entendamos como opinión pública. Sobre todo poner siempre el foco en las consecuencias diferenciales entre las más empobrecidas, las mujeres rurales, las niñas, las mujeres racializadas, las mujeres privadas de la libertad, las mujeres trans… No se trata de una pugna de la última contra la penúltima –a propósito de falsos debates–,se trata de vida digna para todas. Ahora, tampoco consiste en abrazar la victimización como único lugar posible, cuando hablo de dignidad también hablo de agencia política. 
  2. Que así como distintos organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Organización de Naciones Unidas (ONU) han señalado, esta tragedia a cuentagotas se podría mitigar, entre otras, con políticas sólidas de educación sexual, no sin antes atravesar un compromiso con el fin de todos los dispositivos machistas y patriarcales que nos habitan. ¿De qué sociedad nos habla que las mujeres no podamos sentirnos libres en el transporte público o en nuestros espacios laborales, incluso, en nuestras propias casas? 
  3. Que ninguna conquista del movimiento social y feminista es definitiva. Los derechos sí se debaten, porque es la única forma de garantizar que se mantengan. De todo, menos quietas. 
  4. Las brechas entre nichos como el activismo, la academia y el periodismo, solo profundizan la confusión de quienes nos escuchan y leen. Esta sociedad nos necesita cerca, juntas, en colaboración constante para que desde cada uno de los saberes que habitamos contribuyamos a que el protagonismo se lo lleve el mensaje y no quien lo emite. 
  5. Colegas periodistas: en un país como Colombia es imposible ser moralmente neutral, lo que no es igual que la rigurosidad abandone su trabajo. No le teman a llamarse feministas. 

Y tiraré de este último punto, porque al ser la única periodista de la mesa me corresponde aportar a que no se silencien más las violencias en las salas de redacción.

La Relatoría Especial para la Libertad de Expresión publicó recientemente un informe que evidencia la brecha enorme que sigue existiendo entre hombres y mujeres en el gremio. La baja participación nuestra en el ejercicio periodístico, lo demuestra:  3 de cada 10 periodistas en el periodismo somos mujeres y, en un país como Colombia, solo 2 de cada 10 mujeres cubren asuntos relacionados con la política o la justicia.

Además, los medios de comunicación no están exentos de violencia sexual: el informe “No es Hora de Callar”, de la Fundación para la Libertad de Prensa, en el 2020 reveló que el 60% de las comunicadoras entrevistadas denunciaron haber sido víctimas de violencia de género en su trabajo y que un 78% conoce situaciones de violencia de en contra de alguna colega.

Por eso valoro el esfuerzo que entre tanto muchas de mis colegas han hecho, no solo por fundar medios feministas, sino por subvertir las formas más tradicionales del periodismo dentro de las salas de redacción de medios hegemónicos. A ellas, gracias.

Pero entonces, ¿hasta cuándo vamos a pensar que la violencia contra las mujeres solo la alimentan los abusadores? ¿Hasta cuándo creeremos que la seguridad de las mujeres solo depende de su propio autocuidado y no de desigualdades estructurales que hacen a unas más vulnerables? ¿Hasta cuándo vamos a voltear la mirada cuando nos hablen del abuso de nuestros padres, abuelos, colegas o amigos?

Esto es urgente. Además, las victorias han sido parciales. Seguiremos.

Muchas gracias.