Huertas urbanas, otra forma de vivir la ciudad

La agricultura se abre paso en las ciudades y Bogotá es un referente, con más de 4.000 huertas urbanas y el trabajo de unas 20.000 personas, la mayoría huerteras mujeres. Esta actividad promueve la producción de alimentos, pero va más allá: fomenta el sentir comunitario y es una apuesta por una ciudad más sostenible y resiliente frente a los efectos del cambio climático.

Fecha: 2022-10-31

Por: María Teresa Flórez

Huertas urbanas, otra forma de vivir la ciudad

La agricultura se abre paso en las ciudades y Bogotá es un referente, con más de 4.000 huertas urbanas y el trabajo de unas 20.000 personas, la mayoría huerteras mujeres. Esta actividad promueve la producción de alimentos, pero va más allá: fomenta el sentir comunitario y es una apuesta por una ciudad más sostenible y resiliente frente a los efectos del cambio climático.

Fecha: 2022-10-31

Por: MARÍA TERESA FLÓREZ

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Una ciudad geométrica, lineal, hace gente geométrica, lineal;

una ciudad inspirada en un bosque hace seres humanos.

JOHN FOWLES, El árbol.

 

En medio del cemento y el asfalto de una ciudad como Bogotá, con más de siete millones de habitantes, las huertas urbanas se proyectan como un estilo de vida que toma fuerza. “Empezamos acá dos compañeros y yo”, cuenta María Camila Gómez, integrante del colectivo que cuida la huerta Quinzatá, un espacio experimental y pedagógico “que nace de la necesidad de adquirir y transmitir saberes ancestrales”,  según dice su cuenta de Facebook. Está ubicada en la Ciudadela Colsubsidio, al noroccidente de la ciudad.

La huerta surgió en abril de 2020, en plena pandemia por el covid-19, en una zona que antes era un basurero y un punto de inseguridad en el barrio. Hoy el colectivo ha crecido y la huerta también. El proyecto nació “de la reflexión de la toma de espacios públicos para la comunidad y también de la necesidad de ver que había personas que se quedaron sin trabajo en la pandemia y se asumía que si no trabajas, si no tienes dinero, no comes. Esa idea nos pareció problemática, porque no es justo ni digno que si tú no trabajas, no tengas para alimentarte teniendo espacios como este”, dice María Camila.

Esas necesidades de soberanía y seguridad alimentaria los alentaron. Recuerda que empezaron a limpiar el espacio con ayuda de otras personas que fueron sumándose. Quinzatá comenzó a tomar forma y se convirtió en un espacio para aprender a poner las manos en la tierra y reconocer sus ciclos. Solo una de las mujeres de Quinzatá había vivido en el campo antes de empezar: María Ortega. Esta campesina, que llegó de Boyacá hace cuarenta años, recuerda que pensó: “Yo aquí puedo aportar y aparte de eso me lleno de esa energía terrestre”. María siembra alimentos y hace abono en su casa desde hace años, así que trasladó esos conocimientos a la huerta. “Cuando vine no había nadie (…) Comencé a venir, a interconectar con todas las personas. Eso ha sido otra parte divina, no solamente la naturaleza, sino la vida humana”, dice.

En Bogotá hay unas 4.000 huertas urbanas y cerca de 20.000 huerteros y huerteras, según datos del Observatorio Ambiental de Bogotá. Un estudio realizado en 2018  por Diego Rodríguez y Tomás León-Sicard, investigadores de la Universidad Nacional de Colombia, encontró que el 80 % de las personas que practican la agricultura urbana en Bogotá son mujeres. El 65 % es de origen campesino y el estrato social más frecuente de agricultoras urbanas es el 1 y 2 con el 74 %.

Los colectivos de agricultura urbana son una forma de organización ciudadana que pone en práctica la construcción de nuevas formas de habitar la ciudad. Han implementado las huertas urbanas para crear y fortalecer los lazos comunitarios, compartir saberes hortelanos, cuidar las semillas nativas, practicar la soberanía alimentaria y evidenciar la importancia de las relaciones entre humanos y el mundo más-que-humano. 

En el marco de los desafíos que implica el cambio climático, las huertas urbanas también tienen un lugar para la creación y el fortalecimiento de una ciudadanía que cuida la vida de la ciudad que habita.

Y esta ciudad viene pensando cómo enfrentar el cambio climático. En diciembre de 2020 Bogotá se convirtió en la primera ciudad latinoamericana en declarar la emergencia climática. Con ello se reconoció que los cambios en el comportamiento del clima causados por la actividad humana deben ser un asunto prioritario para la gestión pública. Además, se delinearon las rutas a seguir para la adaptación, la mitigación y la resiliencia de la ciudad frente al cambio climático. 

La declaratoria implica que cualquier plan de gobierno que se plantee debe mitigar los impactos de la emergencia. Sus metas son reducir la vulnerabilidad de la población y de los ecosistemas de la ciudad, fortalecer las capacidades para lograr la reducción de gases de efecto invernadero y transitar hacia el uso de energías renovables. La declaratoria también reconoce la urgencia de articular el trabajo de entidades y la ciudadanía para actuar conjuntamente.

Las huertas urbanas han surgido de forma autónoma gracias a la organización comunitaria y barrial. Más allá de ser parcelas productivas, las huertas son espacios para el encuentro y la formación comunitaria y ciudadana cuyo eje es el cuidado de la vida en toda su diversidad cultural, sexual y biológica. Así las concibe Jhody Sánchez, una profesora que siempre ha vivido en el Alto Fucha, en la localidad de San Cristóbal, en la base de los cerros orientales de Bogotá, y es una de las fundadoras de Huertopía, colectivo que lleva funcionando ocho años y es referente para la organización de huertas comunitarias. La huerta “es el espacio pedagógico para transformar relaciones sociales, para pensarse otras formas de habitar la ciudad”, dice.

En las huertas urbanas se cultivan especies frutales, verduras, hortalizas, hierbas aromáticas, medicinales y para condimentar; cereales, pesudocereales (como la quinoa y el amaranto) y leguminosas. Como parte de las labores de sostenimiento huertero se adelanta la gestión de residuos sólidos por medio de compostaje, lombricultura o pacas digestoras. También son lugares donde los polinizadores del territorio encuentran remansos de naturaleza en medio de los edificios.

De la “carbocultura” a otras formas de construir la ciudad

Pese a que Bogotá ha tenido una larga historia de agricultura urbana, probablemente fortalecida por la migración de población campesina resultado del desplazamiento forzado de las décadas de los ochenta y noventa, esta se ha dado al margen de la planeación distrital. 

Solo hasta el 2004 el movimiento de agricultura urbana logra en la alcaldía de Luis Eduardo Garzón (2004-2007) la política de soberanía y seguridad alimentaria como proyecto de gobierno distrital en el programa “Bogotá sin Hambre”. Luego, en 2015, este movimiento logra en la alcaldía de Gustavo Petro (2012-2014 / 2014-2015) el establecimiento de una política pública distrital que estableció los lineamientos para institucionalizar el programa de agricultura urbana y periurbana (de la periferia urbana) agroecológica en la ciudad.

El desarrollo de la agricultura urbana como actividad marginal tiene que ver con la megaciudad que es hoy Bogotá. Sobre el marco vigente desde el que debemos entender esta ciudad, Susana Muhamad, actual ministra de Ambiente y Desarrollo Sostenible y concejala de Bogotá entre 2020 y 2022, dijo en una entrevista en mayo –antes de asumir el cargo gubernamental– que “si bien Bogotá tiene una base ancestral de los asentamientos muiscas […] hoy es una ciudad moderna que debe pensarse desde la perspectiva de lo que ha hecho posible la construcción de estas ciudades, esto es la capacidad que hoy tiene la civilización del uso de combustibles fósiles”.

Las ciudades modernas están construidas sobre la base de lo que Muhamad llama la “carbocultura” y explica que se trata de “un modelo civilizatorio basado en los combustibles fósiles”. “Cuando un ciudadano urbano se alimenta, se transporta, se viste, vive en su vivienda, cada una de esas actividades se fundamenta en estos combustibles”, añade Muhamad, autora de la declaratoria de emergencia climática de Bogotá.

La carbocultura ha formado la idea de ciudad que tenemos, en la que el desarrollo urbano se da gracias a su expansión sobre el mundo rural. Esto ha terminado por producir un problema que, en palabras de la actual ministra, consiste en que “la ciudad moderna se percibe como un escudo protector ante las fuerzas de la naturaleza. Pero esto es ilusorio, pues seguimos sumidos en estas fuerzas así queramos pasarles por encima con nuestra súper capacidad del petróleo y dominarlas a través de la ingeniería”.

Las energías fósiles como fuente principal de energía y las sociedades que ese modelo ha gestado han producido la crisis ecológica en la que nos encontramos. Hay una aparente división entre lo urbano y lo rural, pero lo urbano depende de lo rural para poder existir pues de allí obtiene todos los recursos para mantener las densas poblaciones que concentra una ciudad, con lo cual conforme va desapareciendo lo rural,  lo urbano mismo se ve amenazado. “Esto significa que para adaptarnos al cambio climático y mitigarlo, un cambio en la forma en la que vivimos en las ciudades es ineludible”, afirma Muhamad.

La necesidad de revisar modelos civilizatorios para encontrar referentes de urbanización que se rijan según los ciclos naturales de los que dependemos se hace más urgente. La arquitecta ecuatoriana Ana María Durán se especializa en investigar la urbanización precolombina y ha encontrado que en el territorio americano hay registros de ciudades con al menos cinco milenios de antigüedad. Esto quiere decir que la urbanización no llegó con los colonos. 

Según sus investigaciones, los modelos ancestrales de urbanización de la región americana no eran binarios, eran sistemas de organización social urbano-rural simultáneamente cuyo eje era la agricultura selvática. De las chakras (sistema agroecológico que imita la composición, estructura y funciones del ecosistema circundante, en este caso el amazónico) obtienen todo lo necesario para sostener la economía amazónica: energía, alimento orgánico, fibras naturales y medicina. Este diseño de sistema económico les permitía sostener las sociedades humanas gracias a la reproducción de las condiciones que fortalecen la biodiversidad. Por eso Durán busca en estos modelos civilizatorios sistemas de organización que nos ayuden a mitigar la actual crisis ecológica.

“La gran siembra” y la regulación

La pandemia por el covid 19 es una de las consecuencias del modelo de civilización actual. No es de extrañar que en ese momento sintomático de esta crisis iniciaran varios procesos huerteros en Bogotá que buscaban construir una ciudad más sostenible y resiliente, suceso que dio lugar a otro hito huertero: “El fenómeno de multiplicación de huertas, que nosotras denominamos ‘la gran siembra’,” dice Laura Fucha, activista ecofeminista, habitante e integrante de la Comisión en Defensa del Territorio Alto Fucha.

Fucha dice que en plena pandemia hubo dos momentos importantes que dieron origen a muchas huertas en la ciudad. El primero fue durante la pandemia, ante la amenaza a la seguridad alimentaria en Bogotá producida por la crisis de Corabastos, la central de abastecimiento de alimentos de la ciudad, muchos jóvenes decidieron iniciar huertas en sus barrios. 

El segundo momento fue un año  después, durante el estallido social, que “no fue solo un estallido de violencia sino de arte, creatividad e iniciativas sociales en el que la juventud popular en el ejercicio de resistencia estaba buscando qué hacer y cómo arraigarse al territorio”, señala Laura. Sin embargo, “como es un momento de conflicto, estas huertas surgen con una postura más radical frente a la autonomía, porque los valores que se defienden desde la agroecología son la soberanía y la autonomía territorial”.

Este es el caso de la huerta Quinzatá. Las mujeres de este proyecto entienden la huerta también como una forma de protesta y vinculan su labor de siembra con la movilización social. Colgados de los árboles y sobre el suelo se pueden ver carteles con los nombres de los jóvenes asesinados en Bogotá el 9 de septiembre de 2020 a manos de agentes policiales. Para Catalina, integrante del colectivo, la labor huertera “no se puede desligar de lo que pasa en el resto de la ciudad y con la ciudadanía. Dejamos evidencias de nuestra postura [con respecto a asuntos políticos]. La forma más sencilla son los letreros, pero desde acá hemos hecho reuniones, movimientos y demás que en su momento funcionaron”.

En el segundo momento de lo que Fucha llama “la gran siembra”, más personas se sumaron a Quinzatá durante el Paro Nacional de 2021. Catherine Cruz fue una de ellas. “Quise asistir a la huerta porque en el marco del paro había cosas que me dolían muchísimo. Uno siendo joven es blanco de muchas cosas. Llegar aquí fue sentir que no estamos solos y que hay gente que se está moviendo desde muchos frentes”, dice. 

Para Catherine unirse en el momento del paro fue consecuente con la labor de las huertas porque considera que es una forma de organización en defensa de la vida y del territorio. “Es el conflicto por la tierra lo que sucede en Colombia. Aquí estamos parándonos frente a eso con todo el amor y con los saberes que podemos aportar”, afirma.

El conflicto por la apropiación ciudadana del territorio ha sido uno de los mayores obstáculos que ha encontrado el ejercicio de agricultura urbana en su trayectoria en la ciudad. Para Laura Fucha, el Estado es “una fuerza centrípeta que quiere cooptar ideológicamente absolutamente todas las actividades autónomas que se realizan en los territorios”. La intervención estatal en las huertas no es vista con buenos ojos por los movimientos huerteros, pues como señala Laura, esta “es una práctica autónoma y libre por antonomasia”.

Ante el fenómeno de “la gran siembra” el gobierno distrital inició un proceso de regulación de las huertas urbanas dirigido por el Jardín Botánico. La Resolución 361 de 2020 dispone el protocolo para la implementación y/o mantenimiento de huertas urbanas y periurbanas

en espacio público. El cambio que representa esta resolución es que ahora quien quiera iniciar una huerta en lugares comunes –por ejemplo, parques– debe primero contar con el permiso del Distrito. Esta resolución automáticamente convirtió en ilegales muchas de las huertas de la ciudad, lo que ha dado lugar al cierre de varias de ellas y al enfrentamiento con la policía. 

“Como [las huertas] son un núcleo de poder, por eso son tan amenazadas,” señala Jhody Sánchez de Huertopía. “Donde hay huertas hay poder popular, porque efectivamente se tejen allí otros niveles de conciencia (…) Hay que aprender a dialogar para poner en conversación las diferencias”. Por eso mismo “son espacios de conspiración. Más bien de co-inspiración para subvertir el orden actual y pensarse la ciudad en esta crisis climática”. Para Jhody, la resistencia al control es inherente a las huertas, y considera que esta es la razón de lo que ve como persecución estatal. “Es un lugar subversivo,” afirma.

Sin embargo, Jhody considera que lejos de perseguir la labor huertera “el Estado debería fortalecer y acompañar los procesos que ya existen para realmente cumplir esas metas tan ambiciosas” de la declaratoria. “Y quien no quiera formalizarse, pues simplemente la puede apoyar de otras maneras”, agrega. “El engranaje y el presupuesto del Estado debería estar en pro (…) del cuidado de las ciudades, entendiéndolas como su gente y el entorno. Un abordaje integral partiría de entender que lo ambiental son todas las interacciones que nosotros tenemos con el entorno, no es solo la montaña o el río”, enfatiza. Por eso señala que escuchar genuinamente a la gente para conocer qué tipo de ciudad quiere construir e incluso replicar experiencias es clave para enfrentar la crisis ecológica.

En la declaratoria de emergencia climática de Bogotá se enfatiza la necesidad de crear mecanismos que aseguren el poder ciudadano en la toma de decisiones sobre la vida de la ciudad. Sobre este punto, Muhamad dice que “hay un divorcio entre instituciones y ciudadanía”. Señala que el sistema de participación que existe actualmente “es arcaico; es uno de consulta más no de decisión. El poder sigue residiendo en las políticas públicas, y el ciudadano es un actor más que participa con su opinión, pero que no decide”.

Para Muhamad “no reconocer el poder de la gente en la construcción de la ciudad es un desperdicio”. Resalta el hecho de que más del 70 % de Bogotá ha sido construida por los ciudadanos que se apropiaron del territorio y la hicieron con sus manos construyendo a su vez tejido social. Por eso considera que para lograr que el poder ciudadano cogobierne la infraestructura de la ciudad “hay que bajar las escalas de la gobernanza, no solo pensarla como un tema institucional. La clave está en la descentralización de funciones hacia la misma ciudadanía organizada”.

Al ser un espacio comunitario, la huerta es una práctica que las personas de barrios populares y periféricos sienten mucho más cercana y accesible. Para Laura Fajardo, una educadora infantil, cuidadora de la huerta comunitaria Hyntiba y miembro del colectivo de Fontibón Intégrate, es importante dirigirse a la gente desde prácticas educativas que sean relevantes para ellos: “Para mí lo que ha funcionado acá en Zona Franca es la pedagogía. […] Hay un montón de foros y de cursos, pero hay personas que no les interesa eso. Les interesan más los espacios que se gestan comunitariamente, como las huertas”.

Desde la práctica de la educación popular, Laura ha observado que es en la labor huertera que los habitantes del sector logran comprender conceptos complejos y claves para abordar la crisis ecológica como biodiversidad. “En el ejercicio pedagógico de la huerta ya la gente empieza a decir ‘no conocíamos eso, pero ya reconocemos y sabemos que hay que tener cuidado con las especies y que nosotros también hacemos parte de esa biodiversidad’”, dice Laura Fajardo.

Necesitamos construir ciudades que integren la labor de las huertas porque son ellas las que nos ayudan a superar el problema de percepción que nos impide comprendernos como parte de la Tierra. Aunque estos sean tiempos confusos, es indispensable confiar en la capacidad de la Tierra para guiarnos ahora que nos sentimos perdidos. Aceptemos la invitación de María Ortega, integrante de Quinzatá: “Hay que aterrizar mucho la mente y los pies sobre esta santa tierra, porque de todas maneras sí se nos avecinan tiempos difíciles. En este momento la verdad es abrir el corazón, abrir la sensibilidad. Coger, fuerza, ímpetu, berraquera para echar pa’delante. Y no clavarse tanto al computador, pienso yo, sino aquí está el espacio. Volver a la tierra”.