“Quedamos en el limbo”. ¿Quién habla sobre las cuidadoras remuneradas en el 8M?

En medio de las movilizaciones por el Día Internacional de la Mujer y de los reclamos que ganan visibilidad, preocupa el poco eco que tienen las exigencias de las trabajadoras domésticas entre las demandas feministas y sindicales. Estas mujeres, en muchos casos, son la fuerza de trabajo de aquellas que sí pueden salir a manifestarse.

Fecha: 2023-03-08

Por: Estefanía Daza, Angela Serrano, Camila Páez y Laura Sofía Vega*

Ilustraciones: Diana Marcela Linero

“Quedamos en el limbo”. ¿Quién habla sobre las cuidadoras remuneradas en el 8M?

En medio de las movilizaciones por el Día Internacional de la Mujer y de los reclamos que ganan visibilidad, preocupa el poco eco que tienen las exigencias de las trabajadoras domésticas entre las demandas feministas y sindicales. Estas mujeres, en muchos casos, son la fuerza de trabajo de aquellas que sí pueden salir a manifestarse.

Fecha: 2023-03-08

Por: ESTEFANÍA DAZA, ANGELA SERRANO, CAMILA PÁEZ Y LAURA SOFÍA VEGA*

Ilustraciones: Diana Marcela Linero

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Cada 8 de marzo (8M) se conmemora el Día Internacional de la Mujer, que inicialmente surgió como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Esta es una fecha que nos permite recordar las resistencias históricas de mujeres que se atrevieron a hacer notorias las brechas de género que ocurrían especialmente en el ámbito laboral. Las mujeres seguimos viviendo condiciones desiguales frente a los hombres en los distintos entornos de nuestra vida. No solo el trabajo, sino también las calles y cada hogar siguen siendo escenarios de riesgo para nosotras. En el 8M nos juntamos para visibilizar una diversidad de reivindicaciones abanderadas por los movimientos feministas. Sin embargo, aunque el feminismo ha tenido un impulso significativo en los años recientes, sectores de mujeres trabajadoras, como las trabajadoras de servicio doméstico, exigen una mayor atención hacia sus agendas, pues quedan en un limbo entre los feminismos y las luchas sindicales que no logran recoger sus demandas. Así lo evidenciamos en los reclamos de estos movimientos en fechas emblemáticas durante el 2022, como el 8 de marzo y el 25 de noviembre, en el caso de los movimientos feministas, y el 1 de mayo, en el caso de los sindicatos.

Analizando estos reclamos nos preguntamos: ¿cómo vemos representadas a las mujeres trabajadoras en la conmemoración de su día? En diferentes marchas feministas del 2022, vimos participantes con pañoletas moradas y verdes que elevaron pancartas en proclamación de la libertad sexual y la autonomía de las mujeres. Uno, en particular, decía: “Mujer, á(r)mate para la Revolución”, una consigna que resume lo que fue el inicio del 8M a finales del siglo XIX y que hoy recoge las décadas de transformaciones que han tenido los movimientos feministas.

El origen de esta fecha suele asociarse a una huelga de trabajadoras que se presentó en Estados Unidos en 1857 con el fin de denunciar la explotación laboral de la cual eran víctimas en una fábrica de textiles. A partir de 1911, la muerte de 146 mujeres trabajadoras –ocasionada por un incendio en otra fábrica de ese país– consolidó la conmemoración de esa fecha. Estas mujeres habían interrumpido sus actividades el año anterior reclamando mejores salarios y condiciones de trabajo. Sin embargo, para entender estas exigencias es necesario contextualizarlas en el ambiente internacional que se respiraba en la época: el auge de las movilizaciones sociales de los partidos socialistas y laboristas, que reclamaban condiciones más dignas para trabajadores y trabajadoras.  

 

Con la creación de la Segunda Internacional, en 1889, se consolidó una organización trasnacional que agrupó a partidos de izquierda. En el marco de este proceso, una lideresa del Partido Comunista de Alemania, conocida como Clara Zetkin, promovió los intereses de las mujeres trabajadoras en la conformación de las agendas políticas de los partidos socialistas de Europa. En contraposición a otros movimientos feministas de la época, Zetkin defendía que no era posible entender las opresiones de las mujeres sin abordar los abusos padecidos por la clase obrera. En ese sentido, para alcanzar la igualdad de las mujeres sería necesario no solo transformar las relaciones de género, sino también la posición económica y política de las personas trabajadoras. Así es que la naturaleza internacional del 8M nace de una propuesta que hizo Clara Zetkin en el marco de una conferencia de partidos socialistas en Dinamarca, debido a que sería necesario establecer un día internacional equiparable al 1 de mayo para visibilizar las particularidades del sufrimiento vivido por las mujeres trabajadoras.

Desde Colombia, el liderazgo de María Cano –una de las primeras mujeres que se abanderó de la lucha obrera nacional– contribuyó a las demandas globales por mejorar las condiciones de las mujeres trabajadoras. Se trató de un feminismo enraizado en las particularidades del país, asociados a una ola de violencia sociopolítica profundizada en el campo, así como en las desigualdades en torno al acceso y distribución de la tierra. Pese a los esfuerzos de María Cano por resaltar el papel de las mujeres campesinas –precedidos incluso por una huelga en 1920 que lideró una joven llamada Betsabé Espinal–, solo hasta 1977 se llevaría a cabo la primera marcha del Día Internacional de la Mujer.

Feminismos y banderas de la diversidad

Con el tiempo, la agenda de los movimientos que conmemoran el 8M se ha diversificado. Aquellas luchas que iniciaron con la finalidad de promover condiciones laborales dignas para las mujeres trabajadoras, hoy en día acogen las exigencias por el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la visibilización de violencias basadas en género –así como del trabajo de cuidado no remunerado– y las reivindicaciones de orientaciones sexuales e identidades de género diversas y de mujeres racializadas.

En las marchas del 8 de marzo de 2022, en Bogotá, observamos una pluralidad de agendas feministas; sin embargo, las referencias hacia las mujeres trabajadoras fueron difusas. Las formas en que fueron representadas se evidenciaron en mensajes que entrelazaron el género y las demandas por la transformación del sistema económico. Este fue el caso de las arengas contra la explotación del capital que pregonaron desde un sector las feministas antiespecistas (que rechazan la categoría de “especie” para diferenciar a lo seres humanos y no humanos) y la participación que hubo del Partido Socialista de los Trabajadores – PST Colombia.

Cada vez más los diferentes partidos y movimientos políticos integran las cuestiones de género en sus agendas. En esta imagen se puede ver a dos integrantes del PST que sostienen una pancarta en defensa de “la mujer trabajadora”. No obstante, aún quedan deudas pendientes relacionadas a la falta de posiciones de liderazgo para las mujeres en estas organizaciones.

 

En medio de la esperanza que produce el crecimiento de las movilizaciones sociales feministas y la profundización de reclamos por parte de diferentes segmentos de la población, nos preocupa la poca manifestación de mensajes sobre las condiciones de las mujeres trabajadoras precarizadas que hubo en las movilizaciones feministas en el 2022. De acuerdo con una serie de entrevistas que realizamos a lideresas de sindicatos y organizaciones de trabajadoras domésticas, identificamos que detrás de esta escasez se encuentran limitaciones asociadas a las cargas y condiciones del trabajo de cuidado remunerado y no remunerado. Estas trabajadoras tienen hasta tres jornadas de trabajo, no cuentan con estabilidad laboral o un sueldo fijo, lo cual limita sus posibilidades de participar en manifestaciones en horas laborales. A veces, incluso, temen salir a hacerlo por el miedo a represalias por parte de sus empleadores. En muchos casos, estas mujeres son la fuerza de trabajo detrás de aquellas que sí pueden salir a manifestarse.

A lo anterior se le agregan las divergencias que presentan las trabajadoras del hogar frente al significado de cuidado que defienden las organizaciones feministas más representativas. “Nosotras venimos haciendo énfasis en la necesidad de cuidar a quien te cuida”, recalcó María del Carmen Cruz, de la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar. No se trata solo de reconocer que existe una desigualdad en la carga de labores de cuidado entre hombres y mujeres, sino de además cuidar a esas personas que realizan estas labores: como mínimo, vincularlas a la seguridad social para que tengan una pensión y un acceso digno a servicios de salud. Desde la perspectiva de las mujeres que se dedican al servicio doméstico, la agenda de los movimientos feministas no aborda las causas estructurales alrededor de las violencias que sufren las trabajadoras precarizadas. “¿Cómo puede tener paz un pueblo con hambre?”, fue una de las preguntas que realizó María Elena Luna, de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Santander, en una entrevista que realizamos. Para ella, el feminismo defiende la erradicación de violencias basadas en género, pero poco se cuestiona por las condiciones materiales de vida que perpetúan estas violencias. Ante este vacío, las lideresas perciben que siempre quedan en el limbo, pues más allá de sus propias luchas no hay espacios concretos desde los cuales su experiencia sea reivindicada.

Aunque se presentan las barreras mencionadas anteriormente, las trabajadoras de servicio doméstico han construido espacios para luchar por la dignificación de su ocupación, por ejemplo, a través del Intersindical de Trabajo Doméstico. Desde este frente, las trabajadoras cuestionan el discurso sobre la feminización de los papeles de cuidado, ya que perciben que estos se han concentrado en los cuidados no remunerados y dejan de lado los que sí lo son. De esta manera, reclaman que esta perspectiva no las representa de manera suficiente, porque tienen múltiples jornadas de trabajo de cuidado, tanto remunerado como no remunerado. Por lo tanto, la práctica de los discursos feministas entra en tensión con las resistencias de las mujeres trabajadoras de servicio doméstico, quienes exigen la profesionalización del cuidado y el reconocimiento del mismo como un derecho que garantiza el bienestar y la reproducción social, o sostenimiento, de la vida. Esto resulta llamativo en un contexto de ampliación y diversificación de los repertorios de acción política feminista, ya que los  esfuerzos de inclusión interseccional de los feminismos no han logrado que estas voces ocupen un lugar protagónico.

 

Las trabajadoras de servicio doméstico en el limbo entre la agenda feminista y sindicalista

 

El trabajo doméstico remunerado en América Latina es una labor que desempeñan, principalmente, las mujeres. Según la Gran Encuesta Integrada de Hogares que realizó el DANE en 2019, en Colombia las mujeres representan el 94 % del total de la población que se dedica a estas actividades. Además, del total de mujeres que son trabajadoras domésticas, el 62 % gana un salario mínimo o menos, y solo el 17 % tiene seguridad social. A esto se le añade que el trabajo doméstico lo suelen asumir mujeres racializadas, con bajo ingresos, víctimas del conflicto armado y migrantes.

Lo anterior evidencia tres puntos importantes: el primero es que el trabajo doméstico es un trabajo feminizado y racializado; lo segundo es el contexto de informalidad que prevalece en esta labor; y tercero, la fuerza de reproducción social se sigue sosteniendo en los hombros de las mujeres. Estas cuestiones tienen cabida, por un lado, en las agendas feministas y, por otro lado, en las demandas de las uniones sindicales de trabajadores. Sin embargo, más allá de hacer evidente una desconexión entre ambos movimientos, queremos resaltar que los mensajes que transmiten son diferentes, pero no necesariamente contradictorios.

“Hay alguien todavía más oprimido que el obrero y es la mujer del obrero”, fue uno de los pocos mensajes alusivos a las mujeres trabajadoras que encontramos en las movilizaciones del 1 de mayo de 2022, Día Internacional del Trabajo. Esta frase de la escritora socialista Flora Tristán denuncia el desprecio de los partidos de trabajadores por las opresiones propias de las mujeres en el siglo XIX. Al verla en una marcha, más de 100 años después, nos preguntamos: ¿La condición para ser visibilizada hoy en un contexto de movilización es ser “la mujer” de un obrero?

En esta misma dirección se enmarcan las exigencias que hacen las organizaciones de trabajadoras domésticas sobre su participación en las uniones sindicales. Reclaman que las posiciones  de liderazgo en estos espacios son, en la mayoría de los casos, asumidos por hombres. Asimismo, denuncian que las centrales sindicales suelen priorizar las agendas de sectores que acogen a trabajadores formales. Un ejemplo de ello es que las propuestas de la Central Unitaria de Trabajadores para la reforma laboral del gobierno de Gustavo Petro se limitan a la formalización del empleo en las zonas rurales, cuando también en las ciudades miles de trabajadoras realizan desde la informalidad labores de cuidado para personas con empleos formales.

Por otro lado, en el 8M de 2022 evidenciamos algunas referencias sobre las mujeres trabajadoras. Estas representaciones se concentran en condiciones que ponen en desventaja a las mujeres en entornos laborales: la desigualdad salarial, pese a que las mujeres se forman más que los hombres; las violencias basadas en género, como el acoso que proviene de pares y jefes; las horas dedicadas al cuidado, que no son remuneradas, y las dificultades que se atraviesan en medio de la menstruación, el embarazo, la maternidad, la planificación y otras circunstancias sexuales y reproductivas. Si bien estas barreras también las viven las trabajadoras domésticas no hay una narrativa explícita y masiva que las incluya como sujetas directas de los reclamos feministas. Solo en la marcha del 25 de noviembre de 2022, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, pudimos observar a una participante con un delantal que llevaba la siguiente consigna: “El trabajo doméstico sostiene al capital”. Después de una jornada larga caminando la marcha, pudimos encontrar una representación explícita de las trabajadoras que realizan labores de cuidado remuneradas.

¿Qué significa que el trabajo doméstico sostiene el capital? Para responder a esta pregunta, consideramos la premisa de que nuestro sistema económico actual consiste en relacionar el aumento de la productividad con el éxito y la acumulación de capital. Esto implica que las mujeres deben renunciar a las cargas de cuidado impuestas por el sistema patriarcal para poder ascender laboralmente. En consecuencia, las tareas del hogar se tercerizan a otras mujeres: las trabajadoras de servicio doméstico.

Tanto en las luchas sindicalistas y feministas hay sectores en los que se rechazan las consecuencias de la acumulación de capital sobre la precarización de la vida. En esta serie de reclamaciones coinciden sectores significativos de ambos tipos de movimientos; por eso es necesario que sus repertorios de acción social y política se articulen para lograr visibilizar las demandas del trabajo doméstico.

La importancia de estar representadas: propuestas de articulación entre el sindicalismo y el feminismo

 

En las entrevistas que realizamos también recopilamos diversas propuestas que pueden contribuir a una mayor articulación entre los movimientos feministas y sindicalistas en Colombia. De este modo, la agenda que defienden las trabajadoras domésticas podría alcanzar una mayor incidencia, a través de la integración y el reconocimiento de las múltiples condiciones que atraviesan las mujeres trabajadoras, desde los movimientos sindicales, y las circunstancias precarias del trabajo informal o no remunerado, en los feminismos.

Para avanzar en esta dirección es fundamental que desde las organizaciones sindicalistas y feministas se generen procesos de diálogo que contribuyan al reconocimiento de las múltiples opresiones que viven las trabajadoras domésticas. No solo realizan labores de cuidado en sus núcleos familiares –como resultado de la feminización de las tareas del hogar–, sino también viven a diario relaciones desiguales de poder que se producen por asumir las cargas de cuidado de otras familias en un ambiente de informalidad laboral. En este contexto, se agudiza la precariedad del trabajo doméstico, una profesión invisibilizada, feminizada, rodeada de violencias y marcada por la ausencia de garantías laborales.

Con este reconocimiento, por un lado, se facilita la articulación entre las diferentes reivindicaciones del feminismo (especialmente aquellas que promueven alternativas al capitalismo y rechazan dinámicas de explotación). Por otro lado, también se favorece la superación de las brechas de género al interior de los sindicatos. Sobre esto, Claribed Palacios, de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico, resaltó la necesidad de que haya cuotas de género en puestos de liderazgo. Ana Salamanca, del  Sindicato de Trabajadoras del Hogar e Independientes, resaltó la necesidad de que el trabajo doméstico remunerado aparezca explícitamente en apuestas actuales del gobierno como el Plan Nacional de Desarrollo, de lo contrario “quedaríamos en el limbo”, nos dice.

Es indispensable que desde el gobierno se reconozcan las condiciones particulares que enfrentan las mujeres trabajadoras de servicio doméstico para la elaboración de políticas públicas de formalización laboral y superación de brechas de género. Además, es necesario implementar una estrategia de formalización del trabajo doméstico y fortalecer la inspección y vigilancia por parte del Ministerio del Trabajo para dar cumplimiento a las garantías laborales establecidas por la ley. A esto se le suma la tarea de ratificar el Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo, que establece la eliminación de las violencias basadas en género y el acoso en el lugar de trabajo.

Algunos avances significativos han sido la expedición de la Ley 1788 de 2016, que exige el pago de prima de servicios para trabajadores y trabajadoras del servicio doméstico, y la ratificación del Convenio 189 sobre la formalización de las trabajadoras de este sector. Sin embargo, persisten brechas frente a su implementación, debido a que todavía quienes realizan estas labores se encuentran –en su mayoría– en condiciones de informalidad y no tienen acceso a la seguridad social.

Finalmente, las apuestas del actual gobierno en torno a la reforma laboral y la implementación del Sistema Nacional de Cuidado son oportunidades clave para cobijar a las mujeres trabajadoras de servicio doméstico y apoyar directamente sus reclamos. Es una coyuntura para que sindicatos, feminismos y gobierno contribuyan desde una perspectiva que englobe la carga de trabajo de las trabajadoras domésticas, genere espacios seguros para ellas y reconozca su lucha. Así, se lograría que el “limbo” deje de ser el lugar desde el cual las trabajadoras del hogar (no) son nombradas.

*Investigadoras del proyecto “Confrontar la desigualdad laboral hacia las mujeres”, liderado por el área de Sociología de la Universidad de los Andes y el departamento de Ciencia Política de Arizona State University. Este proyecto es financiado por Open Society University Network.